15ª BIENAL DE ARTES MEDIALES DE SANTIAGO
El interés de la artista Elisa Balmaceda se centra especialmente en las conexiones invisibles al ojo humano que tienen lugar en la realidad que vivimos: los flujos y campos de energía entre todo lo que conforma nuestro entorno inmediato, pero también las conexiones entre la tierra y el propio cosmos. La energía del sol, por ejemplo, es absorbida por los seres vivos, como las plantas, y convertida en energía química. De hecho, es por medio de este proceso que existe vida en la Tierra. La instalación Cuerpxs Radiantes forma parte del proceso comprometido de la artista con aquellos lugares dañados por la contaminación. Elisa Balmaceda explora las interacciones que se desarrollan entre el mundo vegetal, el mineral y el tecnológico, así como las formas vitales de convivencia que es posible diseñar desde estos lugares para el futuro.
Plantas, minerales, rocas y agua, pero además objetos de nuestro entorno marcado por la tecnología, también conocido como tecnósfera, como cables, soportes metálicos, parlantes o pantallas convergen en un ser. En el proceso se entrecruzan diferentes lugares, tiempos y sensibilidades. La artista realizó la primera parte de su exploración en la región de Valparaíso, donde coexisten una reserva de la biósfera protegida y una zona de sacrificio. Las zonas de sacrificio son áreas en las que se concentran industrias perjudiciales para el medio ambiente, en particular aquellas relacionadas con la minería y la energía. Tienen un enorme impacto en la salud de los ecosistemas y de las personas que viven en ellos. Parte de estos hallazgos, que la artista encontró en sus exploraciones, forman parte de su instalación y se conectan con otros elementos que reunió junto a su co-autor artístico Rodrigo Ríos Zunino durante sus exploraciones en Stuttgart: plantas que se encuentran en el entorno, grabaciones de sonido que captan las frecuencias electromagnéticas, pero también residuos electrónicos de diferentes puntos de recolección, como testigos de nuestro entorno tecnológicamente determinado. En este montaje dinámico, los materiales se combinan como una cartografía de lugares concretos con momentos de especulación e imaginación.
Los diferentes elementos reaccionan entre sí como cuerpos de energía. Se convierten en amplificadores y micrófonos mutuos y, de esta manera, consiguen un nuevo tipo de percepción y legibilidad: una piedra de cuarzo envuelta en alambre de cobre se convierte en una antena que permite escuchar espectros y voces. Las plantas se convierten en cables conductores de energía que, como bioindicadores, nos cuentan a partir de su susceptibilidad sobre diferentes composiciones de la naturaleza de un lugar: las ortigas, por ejemplo, crecen en suelos degradados, pero al mismo tiempo ofrecen, con su efecto analgésico, la posibilidad de sanación del cuerpo humano y de la tierra como cuerpo. Los elementos tecnológicos, biológicos y abióticos entran en una especie de simbiosis que revela su complejidad y sensibilidad más allá de su reducción como recursos explotables. En una especie de comunicación alquímica, los elementos se vuelven tangibles como cuerpos sensibles. Los visitantes pueden interactuar con ellos y experimentarse como parte de este sistema de comunicación en el que las señales tecnológicas, vegetales y humanas se cruzan y combinan para formar un nuevo mundo de conexiones y signos.